Bryanks-Rusia, 1925 - Moscú, 1993
LOS OJOS
Explosión. Y a la tierra. De espalda. Las manos separadas.
Se levantó sobre una rodilla mordiéndose los labios
No se embadurnó la cara con lágrimas
sino con sus ojos cálidos
Tuve miedo. Medio encorvado,
lo cargué sobre mi hombro
A él, manchado con barro
apenas pude llevarlo a la aldea.
En el sanatorio le gritaba a la enfermera:
-¡Duele! ¡Ya basta de envolver con vendas!
Y al moribundo le dejé que terminara de fumar,
por costumbre.
Y cuando, llevándolo, las ruedas aullaron
con toda la potencia penetrante,
de repente recordé por primera vez:
el amigo tenía ojos azules
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