JESÚS TOMÉ

Ciudad Rodrigo-Salamanca (España), 1927

MIENTRAS AMANECE DIOS

Qué despacio la flor de la mañana;
se la siente crecer en tierra y cielo,
se la siente agitar, desperezando
su luz dormida -su licor sediento,
donde toda la noche diluida,
precipita sus posos de silencio.
Todo empieza a ser calma en sobresalto:
sin dejar de ser brisa, es casi viento,
todo empieza a romperse, intactamente,
sumergido en la luz. Todo es, de nuevo,
de la lenta mirada que acaricia
y de los labios que desangran besos.

Porque todo otra vez me va llevando,
de la mano, a la luz, mientras el cuerpo
me represa el mirar, como una venda
de carne, y nada sé, pero presiento
que camino de todo va esta senda
que inventan, al andar, mis pasos ciegos.

Porque todo, otra vez, me está pesando,
transiéndome de gozo hasta el ensueño,
y el alma es el aroma en que se amasan
las cosas que me salen al encuentro
para decirme adiós. Y, mientras ando,
se apenumbra el Señor en mis recuerdos
haciéndome más sitio en su mirada
cuando miro detrás del tal deseo
que me tiembla el mirar en carne viva,
casi rota la venda de mi cuerpo.
Porque, todo, otra vez, se está nublando
de claridad, y es todo un libro previo
que se debe cerrar porque en el alma 
se está escribiendo Dios por fuera y dentro.
Me está escribiendo Dios, y maniatando
la carne, desprendida con el peso
de sus labios que embisten mi alegría
que se encuentra en día de su estreno.
Ya no soy mariposa de mis dudas,
y en este día que se está encendiendo,
la presencia de Dios me está quemando
haciéndome ser El a fuego lento.

Del libro Mientras amanece Dios, 1955

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