EGON SCHIELE

Tulln an der Donau, Austria, 1890 – Viena, 1918



Yo lo amaba todo -
quise mirar a los Hombres encolerizados con amor
para obligar a sus ojos a pagarme con la misma moneda;
y a los envidiosos, quise colmarlos de regalos y decirles
que yo no valía nada.

... oía dulces vientos-torbellinos
partir las líneas de los aires.
Y la muchacha
que leía con una voz quejumbrosa,
y los niños
que me miraban con grandes ojos
y respondían con caricias a la mirada que lo yes devolvía,
y las nubes a lo lejos,
posaban sus bellos ojos dóciles en mí.
Las muchachas lívidas y blancas me mostraban
sus piernas negras y sus ligas rojas
y hablaban con dedos negros.
Pero yo pensaba en los mundos lejanos,
en los digitales -
si yo mismo estuve allí,
apenas lo he sabido.

Traducción de Jorge Segovia.

CAMINO DE CAMPO

Los grandes árboles
pasaban todos a lo largo del camino.
Temblorosos pájaros gorjeaban en ellos.
A grandes pasos, con aviesa mirada,
recorrí los caminos mojados.

BOSQUE DE ABETOS

Entro en el corazón
de la catedral negra–roja del denso bosque de abetos
que vive sin ruidos y se contempla en un mímico gesto.
Los troncos–pupilas se enmarañan
y se vacían del húmedo aire visible.
¡Qué belleza! – Todo está muerto vivo.

PAISAJE DE PONIENTE

Yo he visto campos en columpio 
desgarrarse bajo el efecto de minúsculos fragores
perdiendo miles de puntos amarillos sobre fondo amarillo,
estanques–espejos y nubes blandas.
Las montañas se curvaban hacia el suelo
y envolvían los aires en transparencias.
Yo respiré el sol.
Ahora, la tarde azul ha caído,
canta y me muestra primero los campos.
Una montaña azul que bañaba todavía una luz roja.
Yo estaba envuelto por esos perfumes variados como 
dentro de un sueño.

OBSERVACIÓN

Allá arriba, en el 
país susurrante cercado de densos bosques,
camina lentamente el hombre blanco 
exhalando–humo–azul
y respira, y respira todavía los blancos vientos del bosque.
Recorre la tierra con olores de cueva
y lo mismo llora que ríe.

SENSACIÓN

Los grandes vientos de las alturas 
enfriaron mi columna vertebral, 
y ahora mi mirada es estrábica.
Sobre una pared leprosa, vi
el mundo entero
con todos sus valles, y sus montañas, y sus extensiones 
de agua,
con todos sus animales que se desplazaban a lo lejos –
Las sombras de los árboles y las manchas del sol
me recordaron las nubes.
Sobre esa tierra, yo caminaba
y no percibía mis miembros
de tan ligero como me sentía

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